Creo que no solamente está en crisis este gobierno, el cual llegó al poder con apenas un 34% de un 77% de participación electoral. La crisis en Panamá es más profunda: es la crisis de nuestro modelo económico excluyente y de nuestra democracia representativa, la cual no necesariamente refleja a sectores de la sociedad que se sienten marginados de la toma de decisiones. Este clima de desestabilización que vivimos desde hace ya varios años no le conviene a nadie.
Este gobierno ha demostrado su incapacidad para brindar sosiego a la población panameña. No podemos confundir esta ola represiva con estabilización. Más allá de inventarse teorías conspirativas sobre supuestos grupos radicales que quieren boicotear la economía, si realmente vivimos en democracia, las decisiones deben tomarse democráticamente, y no imponiendo una agenda neoliberal sin considerar a los otros sectores de la sociedad.
Necesitamos crear mecanismos de participación para que las personas se sientan parte de la toma de decisiones, y no seguir respondiendo únicamente a un sector privilegiado. Mientras eso no ocurra, mantendremos al país en llamas, queriendo apagarlo con gasolina, amenazando a quienes están en huelga y buscando quebrar sus demandas con mecanismos poco alentadores: retención de salarios, suspensión de becas, detenciones arbitrarias y persecución política. Como lo planteó la exmagistrada Esmeralda Arosemena de Troitiño: “no se está respetando el derecho a la protesta”.
El gobierno no puede gobernar de espaldas a quienes legítimamente protestan. Nuestro modelo económico ha fracasado y nuestra democracia representativa también. La pobreza ahora mismo está en 13.7%, según datos del Banco Mundial. Vivimos en un país con una enorme brecha de desigualdad, nuestra democracia está erosionada y ese giro autoritario de negarse al diálogo empeora la situación.
La actual coyuntura convulsa revela la crisis profunda en la que estamos inmersos: una desconexión entre una ciudadanía excluida y un gobierno que responde únicamente a una élite. En las calles hoy hay miles de personas protestando legítimamente. La retórica oficialista no ha funcionado porque desconoce la legitimidad del descontento y, en sí misma, esconde la intención de imponer sus políticas a toda costa. Así no se puede avanzar.
El autor es profesor universitario e investigador.