Es realmente preocupante la crisis que vive nuestro país desde el retorno a la democracia, y que se agrava día tras día.
Basta con mirar los titulares de la prensa escrita, escuchar los noticieros radiales o de televisión: por donde uno se asome o escuche, hay problemas latentes desde hace años, sin resolverse.
Hoy vemos cómo cada gobierno desafía al anterior para robar más, acomodar a sus clientelas y mantenerse vigente con sus partidarios y socios económicos.
Duele leer titulares que informan sobre comunidades en las comarcas que llevan más de siete años esperando una escuela; o sobre la crisis de medicamentos, que sigue sin solución; o sobre préstamos para estudios otorgados como auxilios no reembolsables a personas que no los necesitan, mientras ganadores de concursos públicos llevan años esperando el pago de sus premios.
Tenemos una planilla abultada en la Asamblea Nacional, de millones de dólares, para satisfacer la gula de un solo personaje, mientras comunidades en la periferia —incluso cerca de las potabilizadoras— llevan años sin acceso al agua potable.
Este gobierno anunció con bombos y platillos la contención del gasto público y el fin del despilfarro. Sin embargo, basta revisar la planilla de apenas siete diputados para comprobar que se permite a estos políticos seguir con prácticas corruptas que afectan a todo un país.
Es triste, y profundamente preocupante, que todo esto ocurra gracias a la benevolencia de las autoridades que elegimos cada cinco años. No aprendemos la lección. Seguimos repitiendo la frase que nos condena: “robó, pero hizo”.
Quien roba al Estado, nos roba a todos. Por eso no hay medicinas, ni buenas escuelas, ni agua, ni caminos dignos para los productores. Le roba al padre de familia que se levanta temprano a trabajar; a la madre soltera que lucha cada día; a los niños que sueñan con un mejor país. Le roba a los maestros que dan clases en escuelas-rancho. En fin, roba el futuro de toda una nación. Quienes incurren en estos delitos deben ser perseguidos, enjuiciados, y caerles todo el peso de una justicia que no esté torcida por la corrupción.
Pueblo panameño: es hora de salir de la mediocridad y dejar de aceptar esta crisis impuesta por malos políticos, malos gobernantes, malos ciudadanos… y por nosotros mismos. Ya es hora de borrar de nuestras mentes esa frase fatídica: “robó, pero hizo”.
La lección de 2023, con el tema de la mina, fue una demostración de un pueblo empoderado, que luchó por sus derechos y no se dejó imponer leyes ni criterios antojadizos de fuentes corruptas. Se demostró que en la unión está la fuerza. No importa que un presidente sancione una ley desventajosa para la mayoría y beneficiosa solo para su grupo de poder.
Tampoco es posible aceptar posiciones arbitrarias impuestas por una mayoría parlamentaria corrupta y sin el más mínimo escarmiento.
Sí, se habla de pérdidas millonarias por los cierres y protestas. Pero ¿qué hay de la pérdida moral y social? Esa no la miden los medios.
Es cierto que ya no podemos cambiar a los diputados actuales. Pero debemos aprender. No todo es como nos lo han hecho creer. No podemos olvidar lo que han hecho estos políticos. Debemos ser cuidadosos al ejercer el voto: es el arma que nos queda para cambiar el presente y el futuro de Panamá.
Las naciones caen cuando su pueblo cae atrapado en la corrupción: sobornos, extorsión, opresión, justicia venal... y hasta asesinatos.
Nos hemos acostumbrado a vivir con estos males. Ya son tan comunes que ni los reconocemos.
Errar es humano, pero lo importante es aprender del error y corregir el rumbo.
Debemos reprogramar nuestra mente y nuestros pensamientos para pensar de forma positiva y recuperar la esperanza en un país más justo y decente.
El autor es empresario.