Dos imágenes bastan para entender el país que somos. En Santiago, el presidente y su gabinete llegan a un Consejo de Ministros escoltados por una ostentosa flota de vehículos 4x4, arrendados bajo contratos millonarios. Días después, dos niñas mueren ahogadas al intentar cruzar una quebrada crecida en la comarca Ngäbe Buglé, en el camino a su escuela.
Setenta menores han perdido la vida cruzando ríos en los últimos 25 años, según un informe de FUDESPA y Jóvenes Unidos por la Educación. Por eso, esta tragedia no es un hecho aislado, sino la consecuencia previsible de un Estado que no ha priorizado el bienestar de los sectores más vulnerables de su población.
¿Cómo es posible que en el país de los millones para la Villa Diplomática, las remodelaciones de lujo, las monedas conmemorativas, las laptops de Lucy y demás licitaciones opacas, no haya dinero para evitar que los niños de la comarca sigan muriendo para poder estudiar?
Dos provincias enteras siguen sin poder tomar agua de los acueductos; no hay hospitales dignos, escuelas equipadas o dinero para la Biblioteca Nacional, pero crecen las planillas del Ejecutivo y del Legislativo, junto con los gastos en publicidad, celulares y alquileres.
Estas prioridades invertidas se reflejan en el presupuesto más alto de nuestra historia: uno que no toca las prebendas ni los excesos, pero que recorta recursos con un criterio más político que técnico. Eso quedó en evidencia en la reprimenda pública que el ministro Felipe Chapman hizo a la gerente del ITSE: la acusó de tener una ejecución “supremamente baja” y una gestión deficiente. Remató llamándola “vendedora de sueños” y amenazándola “con decir lo que no quiere decir”.
Las palabras de Chapman quedaron expuestas cuando la gerente del ITSE se vio obligada a ripostarle y corregir los entuertos del ministro. Sería bueno que utilizara ese mismo ímpetu con la ministra de Educación, Lucy Molinar, que —a diferencia de instituciones como el ITSE— no tiene resultados que mostrar y, hasta agosto, solo había ejecutado el 11 % de su presupuesto.
Si el criterio para la asignación de recursos públicos tuviese como norte las necesidades de todos, y no las agendas y privilegios de algunos, quizás podríamos soñar con un país donde los estudiantes no mueran para llegar a escuelas sin electricidad, internet o agua, pero con laptops de $250 millones, bendecidas por el presidente Mulino y aplaudidas por Martinelli. Eso nunca es buena señal.
Este gobierno no demuestra ni criterios técnicos ni filtros éticos, y su humanidad, cuando aparece, suele ser defensiva o para el consumo de la audiencia. Cuando la ministra de Educación fue consultada sobre la muerte de las dos niñas, respondió que “lamenta mucho la politiquería que se está queriendo hacer con algo tan dramático”. Sus palabras recordaron la defensa que hizo el presidente del derroche en la Villa Diplomática, al asegurar que era “demagógico” sugerir que ese dinero podía destinarse, por ejemplo, al Hospital Oncológico.
Ambos usaron calificativos similares para descalificar los reclamos: politiquería y demagogia. Dos términos que, en su boca, se han convertido en la herramienta con la que justifican el despilfarro y castigan los cuestionamientos.
Esto quedó en evidencia en la Asamblea Nacional cuando el cardenal José Luis Lacunza leyó el poema “No los mató la quebrada”, del sacerdote Guillermo Sánchez. En sus versos, el cura dice lo que la mayoría calla: que no fue la crecida del río la que mató a las niñas, sino la indiferencia, la corrupción y el silencio cómplice. Es un texto poderoso, del que tomo prestado el título. Al leerlo, Lacunza enseñó la empatía que escasea en las altas esferas del poder.
Quienes todavía nos atrevemos a cuestionar el rumbo de este gobierno debemos estar preparados para que nos llamen “politiqueros”, “demagogos” y nos manden a meter la lengua “ya saben dónde”. La grosería presidencial demuestra el poco respeto que siente por su cargo y la desaparición de cualquier freno en su forma de gobernar.
No las mató la quebrada; las mató un país en el que a sus autoridades casi nada las conmueve.



