El país está en ebullición. Han coincidido el descontento ciudadano con la reforma a la Caja del Seguro Social, el plan para reabrir la mina de Donoso y los acuerdos firmados con los Estados Unidos, con un presidente intransigente y acostumbrado a la imposición de su verdad.
Es una tormenta perfecta en la que a la complejidad de los retos se le suma una actitud del gobierno que solo alimenta la crispación social. Desde el poder se ha promovido un pensamiento maniqueo que obliga a escoger entre dos extremos mutuamente excluyentes, cuando la realidad está llena de matices.
No todo el que protesta, quiere paralizar el país, ni lo único que detiene su avance son las huelgas. La respuesta a los reclamos sociales tiene que ir más allá de enviar a los antimotines a despejar las calles. Creo que sería mucho más efectivo que el presidente José Raúl Mulino despejara su mente y saliera de la esquina donde él mismo se ha ubicado.
Sospecho que el mandatario es prisionero de la forma en que ha insultado y descalificado a varios sectores del país. Sus palabras han generado mucho desasosiego innecesario, erosionando la confianza necesaria para tender puentes. En este contexto: ¿Es creíble que “los cinco gatos que nunca han pagado una planilla” se hayan convertido de pronto en objeto de elogios e invitación a conversar con el presidente? No lo sé.
Lo que sí es evidente es que el gesto coincide con el crecimiento numérico de quienes se manifiestan y parece enmarcado en la visión sectaria que siguen promoviendo desde el poder: una división simplista de la sociedad entre los buenos (que apoyan al gobierno) y los malos (que buscan desestabilizar). “Es que ellos sí saben protestar” justificó Mulino, ignorando que no son los únicos que se han manifestado pacíficamente en los últimos días.
La gota que derramó el vaso del descontento es sin duda el rechazo de una buena parte del país a los documentos firmados con los Estados Unidos durante la visita del Secretario de Defensa. Las amenazas de Trump pudieron haberse convertido en un factor de unidad alrededor del presidente, como ha ocurrido en otros países. No obstante, conforme el gobierno se ha ido atrincherando en eso que el canciller denominó “diplomacia silenciosa” y su estrategia de ceder aún en detrimento de la soberanía; la unidad de sectores se formó en oposición al gobierno.
Es una lástima, porque la posición de Panamá se fortalecería si nuestras autoridades buscaran la manera de sumar en lugar de restar. De abrir el compás a distintos sectores que han querido aportar. En lugar de eso hemos visto el mismo método para responder a las críticas: atacar al mensajero y falsas dicotomías. ¿Quién dijo que Panamá tiene que escoger entre ceder a las presiones de Trump o que Mulino lo enfrente con machete en mano como hizo Noriega? Hay opciones en el medio. Así mismo se puede cuestionar el manejo diplomático y la falta de transparencia de nuestras autoridades sin avalar las mentiras del inquilino de la Casa Blanca. Ambos planteamientos no son excluyentes.
Preocupa que mientras las autoridades se entretienen haciendo de todo una confrontación, no estén viendo las señales que evidencian el fracaso de su plan de apaciguar a Trump. La nueva exigencia de que también los barcos comerciales pasen gratis por el Canal, confirma lo que muchos analistas vienen advirtiendo: Panamá necesita una nueva estrategia.
Lo mismo se aplica al plano local en el que los hashtags y slogans gubernamentales frente al descontento solo han conseguido echar más leña al fuego. Algo muy similar pensaba el entonces candidato a vicepresidente José Raúl Mulino, cuando en medio de las protestas contra el contrato minero exhortó al gobierno de Laurentino Cortizo a parar las cuñas publicitarias, ya que según su post de X “el ambiente no está para cuentos chinos. Busquen bajar tensiones al menos”. Ojalá pudiéramos traer al presente a ese Mulino del pasado reciente. Quizá él tendría un mejor estrategia.