Nunca pensé que este día llegaría, pero llegó: Que, además de que Mulino es Martinelli, también Mulino es Camacho. Ambos coinciden en que no hacen falta más leyes para combatir la corrupción, refiriéndose a la iniciativa legislativa del procurador general de la Nación, Luis Carlos Manuel Gómez Rudy, que fue enterrada por diputados de la Comisión de Gobierno de la Asamblea Nacional (AN) y despreciada públicamente por el presidente José Raúl Mulino.
Mulino ya no es Martinelli ni tampoco es Gómez: es Camacho. El presidente y el diputado se graduaron con honores en una maestría dictada por Ricardo Martinelli. Mulino y Camacho, en la universidad del delincuente prófugo, se encontraron en la misma facultad y estudiaron lo mismo. Sus discursos en materia de corrupción son iguales: No faltan más leyes, sino voluntad para hacer cumplir las existentes. ¿Será la misma voluntad que nos demostraron para que el amiguito Martinelli no cumpliera su condena por lavado de activos? ¿De qué vale la voluntad si los políticos abren las fisuras para que reine la impunidad?
Y pensar que uno miraba al otro por encima del hombro. Pero resulta que Mulino y Camacho tienen la misma estatura moral, son lo mismo. Y felicito al segundo, porque nos probó, más que con palabras, que no eran tan diferentes, que están hechos de la misma sustancia y de que sus almas son tan gemelas que cuando están frente a frente se convierten en espejos, en donde uno refleja al otro.
Pero, dejando de lado analogías académicas y genéticas, cabe preguntarse si el procurador salió mal parado de todo esto. Pienso que, tan mal no le fue, pero habría sido más creíble si hubiese hecho algo más que lamentar lo sucedido en la AN o respondido al desubicado discurso de Mulino, pero no lo hizo. Quizás le teme a los esqueletos en su clóset. Su iniciativa merecía una mejor y más fogosa defensa que, irónicamente, la hicieron diputados de oposición y no los oficialistas ni siquiera el propio proponente.
Su rechazo a este proyecto confirma cuáles son las prioridades de Mulino. Puede que sus palabras y actitud convenza a incautos, pero sus acciones desdicen su verborrea de cantina, como cuando describió el jueves –con grandilocuencia y ensayado orgullo– que el Hospital Pediátrico de Alta Complejidad de la Ciudad de la Salud fue escenario de la primera cirugía cardíaca con bomba de circulación extracorpórea, y cuya paciente fue una niña de seis años. ¡Bravo! Pero él, que nos describe la deslumbrante luz de la medicina panameña, prefiere operarse el manguito rotador en Nueva York.¡Cuánta hipocresía!
Por favor, la próxima vez que nos dé tan buenas noticias, invite a los protagonistas –que sienten y transmiten el orgullo de haber hecho un buen trabajo– para que nos hablen de sus logros, y no el locutor presidencial que, ni aun leyéndola del papel, pudo pronunciar correctamente la palabra desfibrilador. Perdimos una batalla importante en la AN, mientras el Ejecutivo y la Contraloría se autoproclaman nuevos paladines de la justicia con un inexistente –pero palpable– cuarto poder, edificado con las cenizas de sentencias de la Corte Suprema de Justicia que nadie cumple ni hacen cumplir. Papeles y palabras inútiles que el presidente sabe muy bien qué hacer con ellas.
La justicia en Panamá no está hecha para castigar al delincuente. Está diseñada para que los criminales –en especial los de cuello blanco– no sufran escarnios. Pero estos dinosaurios –que viven de la corrupción y para corromper– deben empezar a pagar, por ejemplo, por los niños ahogados que pagaron con la vida ir a una escuela. Sí, porque estas tragedias son el fruto de nuestra profunda indiferencia y capitulación ante un poder carente de escrúpulos y conciencia.
Si Mulino y Camacho creen que la corrupción no necesita de más leyes para combatirla, eso los pone a la misma altura moral, aunque el primero sea abogado de carrera y el otro, de carretera.


