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Soberanía: más allá de mitos y realidades

La soberanía, en su más pura expresión, trasciende la mera exhibición de banderas, la presencia de bases militares o la diversidad de idiomas. Constituye la autoridad legítima y exclusiva que un Estado posee para ejercer control irrestricto sobre su territorio y población, dictando decisiones autónomas tanto en el ámbito interno como externo. Sin embargo, esta noción fundamental a menudo se ve distorsionada por la injerencia de conceptos tangenciales como la cultura, la lengua o el nacionalismo.

Idioma y soberanía: una falsa equivalencia

Para ciertas comunidades, la preservación y promoción de la lengua materna se erige como un pilar innegociable de su soberanía. Se prohíbe o desincentiva el uso de otras lenguas, creyendo que en la uniformidad lingüística reside la fortaleza soberana. No obstante, la realidad demuestra que la soberanía se eleva por encima de las barreras idiomáticas. Suiza, por ejemplo, con la riqueza de sus cuatro lenguas oficiales, ejerce plenamente su soberanía sin que esta diversidad lingüística represente un obstáculo; por el contrario, es un testimonio de su capacidad para integrar múltiples identidades bajo un mismo paraguas estatal.

Control territorial: el verdadero corazón de la soberanía

La soberanía se manifiesta en el control efectivo del territorio. Un caso complejo es el de China, que reclama su soberanía sobre la isla de Formosa. Aunque la mayoría de los países no reconocen a Taiwán como Estado soberano, es este el que ejerce de facto la soberanía sobre la isla.

En contraste, Italia conserva su soberanía intacta a pesar de albergar en su seno a dos Estados soberanos: el Vaticano y la República de San Marino. Este ejemplo paradigmático ilustra que la coexistencia de entidades soberanas dentro de las fronteras de un país no menoscaba la soberanía de este último, siempre que exista un reconocimiento mutuo de dichas autonomías.

Este punto evidencia la distinción esencial entre el ejercicio efectivo del poder y el reconocimiento formal de la soberanía por parte de la comunidad internacional, lo cual es vital en el contexto geopolítico. Sin ese reconocimiento, el control de facto puede quedar en un limbo político, como ocurre en otros casos donde la legalidad internacional no respalda a quien ejerce el poder.

Tropas extranjeras: su presencia no es sinónimo de pérdida

Otro factor recurrentemente asociado a la definición de la soberanía es la presencia o no de tropas extranjeras en el territorio nacional. Para algunos, la ausencia total de fuerzas militares foráneas se considera un requisito ineludible para la plena soberanía. No obstante, el panorama geopolítico actual revela una dinámica distinta. Países como España, Japón, Gran Bretaña, Polonia y Rumanía albergan bases militares estadounidenses, mientras que Bielorrusia, Armenia, Sudán y Georgia acogen bases rusas, sin que su soberanía se vea disminuida o alterada por esta presencia.

El caso de Cuba y la base de Guantánamo es especialmente ilustrativo: a diferencia de los países mencionados, Cuba no ejerce soberanía sobre ese enclave específico. La diferencia radica en la existencia o no de control jurídico legítimo, así como en el consenso o imposición de dichas bases.

Símbolos nacionales: representación, no definición

Finalmente, los símbolos nacionales —banderas, emblemas y escudos— también suelen vincularse intrínsecamente con la idea de soberanía, aunque su relación no sea directa ni definitoria. Para algunos, la exclusividad de una única bandera nacional simboliza la unidad soberana. Sin embargo, en regiones o estados asociados con orígenes históricos diversos, como Escocia, Quebec, Flandes o el País Vasco, es común observar el ondear de la bandera regional junto a la nacional, sin que esto implique una merma en la soberanía del Estado al que pertenecen.

Reconocimiento internacional: la validación última

Como lo establece el derecho internacional contemporáneo —especialmente a través de tratados como la Carta de las Naciones Unidas—, la soberanía no se sostiene exclusivamente en el ejercicio de poder interno, sino también en el reconocimiento externo.

Un Estado puede controlar de facto un territorio, pero si no es reconocido como soberano por otros Estados o por organismos internacionales, su posición es precaria o transitoria.

El autor es publicista.


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