“Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”.
El relato de Tucídides sobre la Historia de la guerra del Peloponeso y el Diálogo de melios en 416 a.C. encapsula una dinámica eterna: el poder impone su voluntad, y los débiles enfrentan el dilema de resistir o someterse. Los atenienses, invocando la lógica del más fuerte, exigieron la rendición de los melios, quienes —confiando en la justicia y en una ayuda espartana que nunca llegó— optaron por resistir. El resultado fue trágico: masacre, esclavización y colonización. Este episodio no solo ilustra la brutalidad del imperialismo antiguo, sino que ofrece un marco para analizar las tensiones actuales entre autoritarismo, sumisión y resistencia.
Hoy, la dinámica melia se repite en contextos como el de la mayor potencia del mundo, donde el gobierno federal ha lanzado una ofensiva contra instituciones clave —universidades y bufetes legales que defienden derechos ciudadanos— en nombre de una agenda ideológica. Ejemplos claros son:
Universidades: Harvard, Columbia, Princeton y otras han sido amenazadas con recortes de fondos federales (en el caso de Harvard, más de $2 mil millones) por resistirse a eliminar programas de diversidad, restringir protestas estudiantiles o implementar controles ideológicos. Mientras Columbia cedió y fue criticada por claudicar, Harvard ha resistido, priorizando su autonomía académica.
Bufetes legales: Firmas como Kirkland & Ellis y Latham & Watkins aceptaron aportar $600 millones en servicios “pro bono” para evitar represalias, mientras Susman Godfrey demandó al gobierno, denunciando la inconstitucionalidad de estas exigencias.
Estos casos reflejan un patrón: el poder estatal busca la subordinación de instituciones independientes, usando la coerción financiera y legal. Quienes resisten, como los melios, arriesgan consecuencias severas; quienes se pliegan, pierden autonomía y legitimidad.
El fenómeno trasciende fronteras. La proyección internacional de esta ideología autoritaria y expansionista encuentra terreno fértil en gobiernos afines o vulnerables a la presión geopolítica. Casos destacados incluyen la intención de ocupar Groenlandia, anexar Canadá y retomar el control del Canal de Panamá, además del desencadenamiento de una guerra arancelaria global y la destrucción del sistema multilateral de comercio.
En el caso de Panamá, el gobierno —acosado por el fantasioso alegato de la supuesta injerencia del Partido Comunista Chino sobre el Canal— ha cedido ante falacias y presiones de Estados Unidos, firmando un Memorando de Entendimiento que permite la presencia militar estadounidense, justificada bajo argumentos de “seguridad estratégica”. Aunque estas acciones no violan formalmente el Tratado de Neutralidad del Canal (1977), erosionan la soberanía panameña y su tradición de neutralidad. Panamá, como los bufetes y universidades estadounidenses que capitularon, parece elegir el realismo de la sumisión ante un poder abrumador.
Tanto en melios como hoy, el núcleo del conflicto es ético. Resistir implica defender principios (libertad académica, Estado de derecho, soberanía), pero conlleva riesgos existenciales (sanciones, aislamiento, represión). Someterse garantiza la supervivencia inmediata, pero legitima el autoritarismo y normaliza la erosión institucional.
La lección de Tucídides es cruda: en un mundo donde “los fuertes hacen lo que pueden”, la resistencia puede ser simbólica o suicida. Sin embargo, como muestra la demanda de Susman Godfrey o la postura de Harvard, la resistencia institucional, aunque costosa, es vital para preservar espacios de autonomía frente a la hegemonía del poder.
El Diálogo de losmelios sigue vigente como metáfora de las luchas contemporáneas. Desde las universidades estadounidenses hasta Panamá, el choque entre autoritarismo y resistencia expone una tensión irresuelta: ¿cómo defender valores democráticos frente a un poder que opera con lógica imperial? La historia sugiere que, aunque los débiles a menudo “sufren lo que deben”, su resistencia —aun en la derrota— siembra las semillas del honor futuro. En un mundo cada vez más polarizado, la disyuntiva melia es, en el fondo, un recordatorio de que la dignidad colectiva depende de elegir qué batallas vale la pena librar.
El autor es médico salubrista.