Hemos conseguido salir de las listas oscuras de la Unión Europea, pero sé que volveremos: eso no garantiza que la naturaleza de este gobierno —como la de los anteriores— no nos lleve de vuelta allí. Y ojalá me equivoque, pero la puerca suele volver al barro, por muy limpia que esté. Jugarse todo a uno, a que ya no estamos en la lista, es sencillamente estúpido.
Tan estúpido como hablar de lo buena que es la mina: cuando estaba abierta no rentó nada, y ahora todo gira en torno a los pingües beneficios que nunca dio y que, supuestamente, ahora sí da. Y de nuevo, nos lo jugamos todo a uno. ¿Dónde están esos millones? ¿O acaso antes los generaba y solo ganaba la empresa, mientras al Estado le quedaban la contaminación y las migajas?
Nos jugamos todo a los maestros sustitutos de maestros, como si no fuera evidente el costo de adaptación que implicará para los novatos en nuevos centros y para los alumnos con nuevos docentes. Y creeremos que esta es la solución, dejando sin resolver el verdadero conflicto de fondo, celebrando victorias pírricas sobre el gremio, apostándolo todo a que no seguirán las protestas, convencidos de que el escarmiento hará mella entre quienes se atreven a protestar.
Nos jugamos todo a una Asamblea “nueva” que ya da síntomas de más de lo mismo, con un olvido moral e institucional que resta puntos a cualquier esperanza de escapar del círculo vicioso en que hemos convertido la vida ciudadana en Panamá. En este momento crítico, el lenguaje y las acciones demuestran que aún faltan décadas para salir de esta situación de mediocridad institucional.
Pero tranquilos: nos lo jugamos todo, otra vez, a que en 2029 seremos mejores; que tendremos candidatos distintos y que, por medio de un milagro —uno solo— todo cambiará para siempre. Vivimos instalados en la superstición de que todo será mejor si lo deseamos con suficiente fuerza, demostrando, una vez más, el nivel de ingenuidad democrática en el que seguimos atrapados.
El autor es escritor.