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Trump contra Lula: cuando los aranceles se convierten en armas políticas

Trump contra Lula: cuando los aranceles se convierten en armas políticas
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, afirmó que Brasil “no aceptará ser tutelado por nadie”. EFE

La decisión del presidente Donald Trump de imponer un arancel del 50% a las importaciones brasileñas —alegando violación a la libertad de expresión de parte de Brasil y una supuesta “persecución política” contra el expresidente Jair Bolsonaro— marca un antes y un después en las relaciones entre Washington y Brasilia.

Lo que comenzó como una amenaza del 10% —parte del paquete global de Trump— y otro del 25% sobre acero y aluminio, escaló de forma abrupta hacia una medida comercial de una agresividad inédita en la historia reciente de ambos países. Pero más allá de carecer de sustento jurídico sólido, esta decisión constituye una clara injerencia política en los asuntos internos de una democracia soberana.

El anuncio se produjo horas después de que la Cancillería brasileña convocara al encargado de negocios de Estados Unidos por una comunicación oficial de la embajada en defensa de Bolsonaro, calificada por la diplomacia brasileña como una “intromisión indebida”.

No es un episodio aislado. Trump ya había intervenido retóricamente en otros escenarios, como al cuestionar la justicia israelí por el juicio que actualmente tiene lugar en contra de Benjamín Netanyahu por una causa de sobornos y conflicto de intereses. Ahora, va un paso más allá: transforma la Sección 301 —diseñada para penalizar prácticas comerciales desleales— en un instrumento de presión política. Brasil no está acusado de dumping ni de imponer barreras comerciales. De hecho, la balanza comercial favorece ampliamente a Estados Unidos, país que es el segundo socio comercial del gigante sudamericano por detrás de China.

Sanciones políticas disfrazadas de aranceles

Estamos ante una flagrante manipulación: sanciones políticas disfrazadas de aranceles para doblegar a gobiernos de otros países a cumplir con sus objetivos o en defensa de sus “amigos”.

El pretexto esgrimido por Trump se apoya en una supuesta “cacería de brujas” judicial contra Bolsonaro, actualmente en juicio por su papel en el intento de golpe del 8 de enero de 2023. Si es hallado culpable, podría recibir hasta 43 años de prisión. La sentencia se espera en septiembre. La decisión de Trump equivale, en los hechos, a sancionar a un país por el funcionamiento de su poder judicial. Una aberración jurídica.

Trump también argumenta que Brasil está atentando contra las libertades estadounidenses. Afirma que el Supremo Tribunal Federal ha emitido “órdenes de censura secretas e ilegales” contra redes sociales norteamericanas. La acusación, sin evidencia sólida, refuerza el carácter ideológico del ataque: castigar a un gobierno progresista liderado por Lula, que ha ganado visibilidad internacional y ha marcado distancia de la subordinación geopolítica a Washington.

Trump ordenó asimismo a la oficina del representante comercial de Estados Unidos, una investigación a Brasil, por prácticas comerciales desleales, lo que podría incluso llegar en endurecer el arancel del 50%.

¿Se trata acaso de una represalia encubierta por las palabras de Lula en la clausura de la cumbre de los BRICS en Río, cuando en respuesta al ataque y amenaza de Trump a ese grupo de países declaró: “El mundo cambió. No queremos un emperador. Somos países soberanos”? Aunque Trump no lo menciona explícitamente en su carta, el momento y el tono de su respuesta sugieren que, más allá del tema “Bolsonaro”, podría haber una motivación política más profunda: un castigo con efecto disciplinador para quienes se atreven a criticarlo públicamente.

Lula entre la firmeza y la prudencia

El presidente brasileño enfrenta un dilema complejo. Responder con dureza puede alimentar la narrativa confrontacional de Trump; hacerlo con tibieza podría proyectar debilidad.

Además, el gobierno de Lula atraviesa una coyuntura nacional difícil: su popularidad está en descenso y las elecciones de 2026 están a solo 15 meses de distancia. Un reciente informe Latam Pulse de Atlas y Bloomberg muestra que el 52% de los brasileños desaprueba la gestión de Lula, mientras que un 42% la respalda. En cuanto al desempeño del gobierno, los niveles son similares: 51% de desaprobación frente a un 42% de aprobación. En ambos casos, la tendencia apunta a un aumento de la desaprobación.

Lo que está en juego va mucho más allá de las relaciones comerciales. Es una prueba de fuego para el respeto mutuo entre democracias soberanas. La historia latinoamericana demuestra que las injerencias externas —políticas o económicas— suelen tener efectos búmeran. En este caso, la ofensiva de Trump podría incluso reforzar a Lula, generando un efecto de unidad nacional frente a la amenaza externa.

En este contexto, Lula podría verse tentado de capitalizar políticamente esta ofensiva. Casos similares ya ocurrieron: en Canadá, Mark Carney logró revertir una campaña en baja gracias a los ataques de Trump; en México, el acoso constante del expresidente estadounidense ha contribuido a la alta aprobación de la presidenta Sheinbaum.

De momento, la reacción inicial de Lula fue rápida y firme. Reunió de urgencia a su Gabinete y declaró que “cualquier medida unilateral de aumento de aranceles será respondida conforme a la Ley de Reciprocidad Económica”, aprobada en abril. Enfatizó la soberanía de Brasil, el respeto a sus instituciones y desmintió categóricamente los argumentos esgrimidos por Trump: la justicia brasileña actúa con independencia, la libertad de expresión no justifica la violencia y Estados Unidos no tiene déficit comercial con Brasil —al contrario, ha acumulado un superávit de 410,000 millones de dólares en los últimos 15 años.

Como señal diplomática, Brasil llamó a consultas a su embajadora en Washington, aunque mantiene canales abiertos: el vicepresidente y a la vez ministro de Desarrollo, Industria, Comercio y Servicios, Geraldo Alckmin, ha conversado con altos funcionarios estadounidenses para intentar desactivar la crisis.

Repercusiones económicas y geopolíticas

El impacto del nuevo arancel es múltiple. En lo inmediato, amenaza a sectores clave como el agroexportador, el aluminio y la manufactura. Pero su mayor efecto es político: socava la confianza institucional, daña los canales diplomáticos y puede empujar a Brasil a fortalecer aún más sus lazos con socios del Sur Global como China e India. Así lo evidencian la visita de Lula a Beijing en el marco de la cumbre CELAC-China y su reciente encuentro bilateral en Brasilia con Narendra Modi inmediatamente después de la reunión de los BRICS.

En un mundo de creciente multipolaridad, el unilateralismo punitivo de Trump refuerza la percepción de que Estados Unidos se ha convertido en un socio impredecible, agresivo y chantajista.

Un escenario hemisférico de alta tensión

Si Lula se presenta a la reelección en 2026 y triunfa, América Latina podría ingresar en una etapa marcada por la coexistencia durante el periodo 2027-2028 de dos líderes antagónicos —Trump y Lula— al frente de las principales potencias del hemisferio. Un escenario de alta fricción. Si, por el contrario, triunfa la oposición brasileña de derecha o extrema derecha, podría haber un reacomodo diplomático. Sin embargo, ni siquiera eso garantiza estabilidad: Trump ya ha demostrado que su estilo no distingue entre aliados y adversarios.

Durante su primer mandato y ahora en su regreso, Trump ha chocado con aliados históricos y socios comerciales como la Unión Europea, México, Canadá, Japón y Corea del Sur, entre otros . Su política exterior transaccional, basada en el lema “Estados Unidos primero”, convierte a cualquier país —sin importar su orientación— en rehén de sus necesidades electorales.

En síntesis, El conflicto entre Trump y Lula no era una cuestión de si ocurriría, sino de cuándo y con qué intensidad. Y todo indica que estamos apenas en el comienzo de un proceso en plena evolución. Se vienen días de intensas gestiones diplomáticas dirigidas a lograr desescalar el conflicto. Conviene, por tanto, analizarlo con serenidad, pero sin ingenuidad. Lo cierto es que Trump ha redefinido los aranceles como instrumentos geopolíticos, más cercanos a las sanciones impuestas a países como Irán o Rusia que a una herramienta de ajuste comercial.

El tarifazo del 50% revela los riesgos que entraña la política exterior de Trump: impredecible, arbitraria y profundamente desestabilizadora. El trasfondo de esta medida irracional es claro: para Trump, la defensa de la libertad de expresión y de Bolsonaro es el pretexto perfecto para castigar a un gobierno progresista que no se somete a sus designios.

Si bien Trump actúa con base en sus impulsos, avanzando y retrocediendo en sus decisiones de manera ad hoc e impredecible, en principio no se observa una salida fácil al enfrentamiento entre Trump y Lula. La mayoría de la élite brasileña ve el juicio a Bolsonaro como una cuestión clave para la defensa de la democracia. Y no es viable cerrar el caso judicial mediante una orden política del ejecutivo al poder judicial como exige Trump.

Y la consecuencia de este comportamiento es profundamente preocupante. En lugar de ejercer un liderazgo responsable propio de una superpotencia que contribuya al orden, la previsibilidad y la estabilidad global, Trump ha optado por una forma de “matonismo internacional” que está transformando a Estados Unidos -cuando está por cumplirse apenas medio año desde su regreso a la Casa Blanca- de la “nación indispensable” evocada por la ex secretaria de Estado Madeleine Albright, a una nación cada vez más impredecible, irresponsable y peligrosa.


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