El 7 de octubre de 2023, Hamás llevó a cabo un ataque salvaje contra Israel, asesinando a más de 1,200 civiles y secuestrando a más de 200, en un acto de terrorismo que conmocionó a la sociedad israelí y a la comunidad internacional. Israel tenía el derecho y la obligación de responder contra los perpetradores. Sin embargo, lo que comenzó como una operación legítima de defensa ha evolucionado en una campaña militar prolongada, desproporcionada y éticamente insostenible.
Debo confesar que escribir estas palabras no ha sido fácil: soy un firme creyente en el derecho del pueblo judío a contar con su propio Estado, con base en los ideales del movimiento sionista que nació a fines del siglo XIX, en rechazo al antisemitismo europeo, como un movimiento nacional secular y democrático que promueve un hogar nacional basado en valores modernos, laicismo, justicia social y participación política. Sin embargo, no puedo seguir avalando las acciones del gobierno de Netanyahu. Me valida el sentir de una gran cantidad de sionistas israelíes que comprenden que el camino emprendido llevará eventualmente a la ruina moral y política del Estado de Israel.
La operación “Carros de Guerra de Gedeón”, según denuncias del ex primer ministro israelí Ehud Olmert, en el diario Haaretz el 27 de mayo, ha perdido todo propósito estratégico. Lejos de alcanzar sus objetivos —derrotar a Hamás o liberar a los rehenes—, ha derivado en una política de castigo colectivo. El bloqueo humanitario deliberado y los bombardeos indiscriminados, que han destruido hospitales, escuelas y barrios enteros, no pueden justificarse como daños colaterales. Para Olmert, son parte de una estrategia diseñada para infligir sufrimiento masivo.
Las cifras son devastadoras: más de 36,000 muertos en Gaza, en su mayoría civiles, incluidos miles de niños. A ello se suma más de un millón de desplazados internos, sin acceso a servicios básicos ni alimentos. La intención parece ser provocar un éxodo masivo de la población gazatí a través del hambre y el sufrimiento: en palabras de Olmert, “nos acercamos peligrosamente al umbral de una limpieza étnica de facto”.
La continuidad de la guerra no responde a una lógica militar efectiva, sino a intereses políticos personales. El primer ministro Benjamín Netanyahu, enfrentando juicios por corrupción y una creciente impopularidad, se aferra al poder con el apoyo de partidos ultraderechistas y ultraortodoxos. Para Olmert, “ningún enemigo externo ha hecho tanto daño a Israel como este gobierno”. La guerra ha sido instrumentalizada para desviar la atención de la opinión pública y evitar su rendición de cuentas.
El daño no es solo moral, sino estratégico. Israel ha quedado cada vez más aislado a nivel internacional. Aliados históricos como Francia, Reino Unido e Italia han condenado abiertamente la ofensiva y exigen el cese inmediato de hostilidades. La guerra ha debilitado la economía, afectado los servicios públicos y profundizado la polarización interna. Los analistas advierten que esta deriva está comprometiendo el futuro del país, erosionando tanto su democracia como su cohesión social.
Frente a este escenario, la comunidad internacional ha comenzado a alzar la voz con creciente firmeza. Las críticas a Israel ya no se pueden desestimar como antisemitismo, como pretende el discurso oficial. Desde el Consejo de Seguridad de la ONU, múltiples países piden un alto al fuego y un retorno a la vía diplomática basada en la solución de dos Estados.
En este contexto, Panamá, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, tiene la obligación de alzar su voz con dignidad y firmeza. Ya no basta con llamados genéricos a la paz: es necesario exigir un cese al fuego inmediato, el respeto al derecho internacional humanitario y la reanudación de negociaciones hacia una solución permanente basada en el derecho a la autodeterminación tanto del pueblo israelí como del palestino.
El clamor de Olmert no es retórica política: es el grito de un líder que ve cómo su nación se aleja de los valores fundacionales del sionismo. “Basta ya”, escribe. Es hora de escuchar. Y de actuar.
El autor es médico salubrista.