El tren, ese que era incosteable años atrás, según el entonces “opinólogo” José Raúl Mulino, avanza velozmente. Seguramente porque su nombre sería recordado como el precursor de la obra. Salvo Laurentino Cortizo, todos los presidentes —desde 2009— han tenido un frenético afán de construir trenes. Atrás quedaron los proyectos carreteros, como los de Ernesto Pérez Balladares, Mireya Moscoso y Martín Torrijos. Hasta parece que se han olvidado de que necesitamos más y mejores calles. En ningún caso, los que pagamos dichas obras hemos tenido acceso —si es que alguna vez los hubo— a sus estudios de factibilidad o cualquier otro estudio. Y este tren —el mayor de todos los proyectos gubernamentales conocidos— no es la excepción.
Yo sería de las decenas de miles de personas beneficiadas con esta obra, por lo que en principio no me opongo. No obstante, hay muchas dudas. Para empezar, hace más de tres meses, el responsable de la obra, Henry Faarup, dijo que en dos meses conoceríamos el costo de la obra. Eso, obviamente, no ha ocurrido. Hace ocho años, la empresa china que iba a construir el tren calculó que costaría unos $4 mil 500 millones, luego la cifra fue corregida: $5 mil millones. Pero Faarup calcula que el tren costará miles de millones más: quizás $6 mil millones o $7 mil o hasta $8 mil millones. No hay nada definitivo, pero sea cual fuere el costo, será la obra más ambiciosa que gobierno alguno se haya propuesto en la historia del país. Pero ignoramos su costo total.
Para ampliar el Canal de Panamá —que costó unos $5 mil millones y la mayor obra que hizo el Estado panameño en toda su existencia— fuimos a referéndum para que los ciudadanos lo decidiéramos. Para tomar esa decisión, contábamos con muchísima más información de la que ahora está disponible sobre el proyecto estrella del Gobierno. La del Canal no fue una decisión a ciegas: tuvimos claras muchas cosas, entre ellas, que se autofinanciaría, como ha quedado demostrado.
En cambio, la obra gubernamental de mayor envergadura de la historia del país va porque va. Nuestra opinión —la del pueblo panameño— no parece valer un bledo. No hemos visto ni un solo estudio: ni de factibilidad ni de ambiente ni financiero ni de beneficios. En el portal digital de la Secretaría del Ferrocarril solo hay gacetillas que hablan de las maravillas del proyecto, pero no hay un solo estudio que las sustente. Y poca confianza transmite Faarup cuando empieza a gaguear sobre el proyecto, como que, al parecer, todos los estudios se hacen de forma simultánea, sin importar el orden. Es fácil deducir que, sin importar lo que estos informen o adviertan, la decisión del Gobierno está tomada: este tren no lo para nadie.
Sabemos que la ruta es de unos 450 kilómetros; que se pagará endeudando al país como nunca se ha hecho; que tendrá, de momento, 14 estaciones, una de ellas en Soná —producto de la promesa que Mulino le hizo en campaña al lavador de dinero— pueblo del que provienen Ricardo Martinelli y su familia.
El tren tendrá tres modelos de desplazamiento, dos de ellos, de pasajeros: uno express, “el lechero”, y el de carga. Se desconoce su rentabilidad o si será subsidiado por el Estado; no se sabe cómo se reconvertirá el transporte de carga y de pasajeros que actualmente existe en esa ruta. No sabemos cuál será el impacto de adquirir semejante deuda en la vida de todos, porque sin duda, la habrá, y mucho menos sabemos el costo de transportarse en el tren o de movilizar carga.
¿Qué pasaría si el pasaje fuera tan costoso que no habría suficiente demanda? ¿O qué pasaría si hay que subsidiar la operación del tren? Ni siquiera sabemos qué tan oportuno —o inoportuno— es este proyecto en momentos en que estamos atravesando problemas económicos y sufriendo altos costos de financiamiento por la pérdida casi total de la calificación de riesgo.
Este oneroso proyecto no está manejándose de forma transparente. No creo conveniente que los estudios de factibilidad, demanda de transporte de pasajeros y de carga o los estudios ambientales se hagan todos al mismo tiempo que los de diseño, pues este no es un proyecto cualquiera: tiene el potencial de disparar nuestra deuda por encima de los $60 mil millones (lo que me hacer preguntar si Panamá podrá realmente bajar su déficit fiscal). Sería una imperdonable irresponsabilidad aceptar a ciegas un sueño que puede convertirse en pesadilla.