En este mes en que se celebra la paternidad en todas sus formas, compartimos estas palabras —muy sentidas y apenas editadas— que leímos en nombre de toda nuestra familia durante el funeral de nuestro papá, Daniel Chanis Lainfiesta, mejor conocido como Elmer, hace unos meses.
Él habría sido el primero en recortar este artículo del periódico, leerlo entero y compartirlo, palabra por palabra, en el portal de nuestra casa, con esa mezcla de orgullo y pausa que lo caracterizaba. Lo habría leído con Mamichi, con la misma calma con la que solían leerlo todo: sin apuro y sin dejar pasar una sola palabra.
Para nosotros, desde el pasado diciembre, comenzamos a celebrar algo muy especial: el mes en que celebramos las enseñanzas de nuestro papá. Un hombre de pocas frases, pero de grandes lecciones. Un hombre que nos enseñó, sin necesidad de discurso, el verdadero poder de la presencia.
Siempre tuviste y quisiste lo suficiente. Nunca más. Nunca menos. Tu ego nunca fue tu enemigo. Cumpliste el rol que quisiste cumplir. Fuiste el papá que más besaba: antes de dormir, al despertar, al recibirnos, al despedirnos… Tus besos eran infinitos, constantes, como el canto de un azulejo al amanecer.
Estabas ahí. Sin adornos. Sin drama. Sin excusas. Cuando estabas con nosotros, estabas para nosotros. No tenías “mil cosas por hacer”. No te escondías detrás del trabajo ni detrás de ninguna pantalla.
Como tus bonsáis, nos sembraste en un pote pequeño. Nos regaste con cariño y paciencia. Nos abonaste y nos contuviste solo cuando fue necesario. Nos guiaste sin amarres para que fuéramos quienes quisiéramos ser. Nos soltaste, nos apoyaste y nos amaste.
Fuiste un hombre transparente, directo. Decías lo que pensabas, sin adornos ni dobleces. Recuerdo cómo nos reíamos cuando te decíamos que fuiste antisistema en tus tiempos. Aunque nos advertías sobre salir a protestar, lo hacías más por apoyar a Mamichi que por otra cosa. El orgullo que sentías al vernos luchar por nuestros derechos era inmenso, aunque lo ocultaras con una sonrisa a medias.
Y eso nos lleva a algo que no puedo dejar por fuera, sobre todo en este mes en que millones celebran a sus figuras paternas —que muchas veces son múltiples, variadas o incluso ausentes— y que además es el mes del orgullo. Somos dos hijos gays orgullosos, y aunque al principio pasaste por sorpresa, culpa y confusión —emociones que pusieron límites—, con el tiempo llegaste a ser nuestro abanderado, literal y emocional. Te convertiste en el mayor fanático de vernos luchar por nuestros derechos en un país donde aún no somos iguales al resto. Pusiste la bandera del orgullo en la puerta de nuestra casa, y no solo eso: la cambiaste cada vez que el tiempo la desgastaba, como cualquier otra planta importante de tu jardín. Nunca la dejaste desvanecer.
En la escuela, muchos pensaban que eras nuestro abuelo. ¿Y qué hacías tú? Te reías. Si pasaba algo adverso, con pocas palabras nos dabas a entender: “¿Y qué?”. Y seguías adelante.
Tu desapego a lo material fue admirable. Nunca te interesaron las apariencias. Nos enseñaste, sin decirlo, que no se necesita mucho para ser feliz. Que la libertad más grande es estar en paz con uno mismo.
En tus últimos días, nos lo dijiste con una serenidad inolvidable: la vela se estaba apagando y seguirías adelante. Y que debía apagarse rápido si así tenía que ser. No le debías nada a nadie. Nadie te debía nada a ti. Qué delicia. Qué ejemplo. Qué meta por cumplir nos dejas: partir en paz.
Papi, fuiste un hombre de la naturaleza. Nos enseñaste desde chicos a sorprendernos con la luna en cualquiera de sus fases, a maravillarnos frente al guayacán, a alimentar palomitas y a notar las mareas. Incluso hasta el final, revisabas de dónde venía la lluvia con las múltiples aplicaciones que te enseñamos a usar. Siempre buscando. Siempre aprendiendo. Siempre admirando.
Y es ahí donde está el corazón de este texto: en ese llamado urgente a todos los padres. Sean ese tipo de padre. No el que lo hace todo perfecto, no el que acierta siempre. Sean el que está. El que acompaña. El que, aunque tenga errores, desaciertos, años difíciles, saca energías de donde no hay para sentarse a leer, a escuchar, a regar plantas y, de paso, corazones también.
Catapulten el espíritu aventurero de sus hijos. Enséñenles a disfrutar lo más mínimo: una luna, un colibrí, una hoja nueva en una planta vieja. Denles tiempo, calidad, besos y presencia. Sean justos. Sean hombres que hagan justicia y honren cada una de las letras de ese nombre tan poderoso: padre.
Como lo pediste, te fuiste al mar. Y lo hicimos unidos, bajo un sol tan potente como tu amor. Serás abono para las olas que tanto amabas observar, día tras día. Y, mientras tanto, seguiremos leyéndote en todo lo que nos rodea.
El autor es gastrónomo.