Muchas han sido las ideas que he enviado al aire, particularmente sobre temas donde no soy experto. En esta ocasión las lanzaré al espacio, motivado por los recientes descubrimientos del telescopio James Webb, que han puesto en dudas muchas teorías muy arraigadas. Comencemos por el inicio, el “Big bang”. No creo, ni pienso necesario creer en un inicio, porque ello implica que habrá un final, y mucho menos acepto esa llamada “singularidad” como la cuna del Universo. ¿Cómo todo podría venir de nada o casi nada? Prefiero la idea de una secuencia de “big bangs”, muy particularmente porque todo lo que somos y hemos sido está dentro de un ciclo de eventos; desde los electrones alrededor del núcleo de un átomo, hasta el sistema solar alrededor de Sagitario A* en la Vía Láctea.
Me resisto, igualmente, a aquellos intentos de buscar explicaciones al Universo en la mecánica cuántica, que se derivó debido a que la mecánica clásica no podía explicar el comportamiento del átomo. No creo en esa “Teoría del todo”. Una balanza analítica no me permitirá determinar la masa de una tonelada de arroz, ni con una báscula industrial podré pesar un grano de arroz. Mientras mejor pueda describir una galaxia, menos podré hacerlo con el átomo.
Se ha ideado la “materia oscura” para justificar el porqué las galaxias no se esparcen en el espacio por la inercia de su rotación, pero esa “materia oscura” no se manifiesta dentro de nuestro medio. Soy de la opinión que es un fenómeno propio de altas densidades de la materia, como las que se encuentran en una galaxia.
Tampoco me convence la llamada “energía oscura”, como una explicación a la expansión acelerada del Universo, y mucho menos que éste terminará totalmente “desgarrado”; por aquella tesis de que el Universo debe obedecer a un incremento en la entropía. Admito que en mis clases asociaba por igual la entropía a la aleatoriedad, desorden y caos; pero la segunda ley de la termodinámica no dice que el Universo se conduce a una máxima entropía, lo que dice es que cuando en un sistema se produce un orden, la entropía del Universo aumenta. Es por ello que soy de la opinión de que el Universo se expande porque dentro de él se están produciendo organizaciones muy ordenadas. ¡Qué mejor ejemplo que saber que dentro de 4 mil millones de años nuestra galaxia terminará fusionada con la Andrómeda, para producir una de las galaxias más grandes del Universo visible!
Soy de la opinión de que el Universo nunca se convertirá en simples partículas, no sólo porque no corresponde a la letra del segundo principio de la termodinámica, sino porque un Universo totalmente desgarrado en partícula subatómica implica más orden que todo ese complejo Cosmos que tenemos en estos momentos. Prefiero pensar en que busca una mayor aleatoriedad.
Esa aleatoriedad la podemos contemplar igualmente en la enorme diversidad de seres vivos que tenemos en nuestro planeta. No creo que se nos puso aquí para hacer un trabajo en particular. Estamos aquí sencillamente por la extinción de los dinosaurios, quienes, por hacer uso de la luz solar como principal fuente de energía, hacían más sostenible la vida en la Tierra. No obstante, la diversidad fue necesaria para garantizar que la vida continuara en nuestro planeta, tuviésemos o no impactos de meteoros con las consecuencias ya conocidas.
Los mamíferos terminaron como una muy buena opción para mantener la vida en la tierra, con todas las consecuencias posteriores ya conocidas. Los dinosaurios sólo tenían que preocuparse de un evento extraterrestre para su extinción, pero el humano no necesita de nada fuera de la Tierra para su propia destrucción. No obstante, no tengo dudas que la vida perdurará en la Tierra.
No creo que en nuestra galaxia tengamos muchas opciones de vida como algunos han manifestado. Soy de la opinión de que contamos con vida en la Tierra porque el Sistema Solar se encuentra en una región poco congestionada de la Vía Láctea y ésta igualmente en una zona de relativa baja densidad cósmica. El Universo en promedio es mucho más violento de lo que observamos a diario.
En adición a la aleatoriedad previamente descrita, tengo que manifestarme sobre recientes publicaciones en las que se exponen los razonamientos de algunos de nuestros grandes científicos y filósofos, quienes lejos de toda intensión religiosa han expresado, al final de sus vidas, sus creencias en la perduración de la consciencia o alma luego de la muerte. Incluso, han estimado que la conciencia podría no ser propia del cerebro, sino que en alguna forma la hemos adquirido del exterior y que así mismo al morir la donaremos al infinito. Curiosamente, no he observado la inclusión del amor con la misma intensidad. Quisiera pensar que no se pretende igualar al sentimiento de amor humano con lo que siente una loba por sus cachorros.
Según esos grandes pensadores, sus reflexiones sobre una consciencia inmortal les permitieron no temer a la muerte, pero estimo que fue el temor a que toda su intelectualidad se perdiera lo que los obligó en alguna medida a pensar que todos sus conocimientos estarían divagando en el Universo, hasta incorporarse posteriormente en otro individuo. Me complace no ser genio ni famoso para no tener que preocuparme sobre dónde terminarán mis ideas. Moriré en paz con lo que dejé a mis hijos, nietos, estudiantes y lectores. A propósito, esa aleatoriedad del Universo también la observo en mis hijos, quienes a pesar de una formación similar son muy diferentes.
Comparto la opinión de aquellos quienes piensan que los seres vivos somos de relativa corta existencia, porque en ese “breve” proceso podemos transmitir con más frecuencia nuestros conocimientos a las próximas generaciones, para el mejoramiento de cada especie. Como poco sería lo que tendríamos para transmitir a través de nuestros genes, creo en esa conexión “etérea” entre los seres vivos (no entre muertos y vivo), aunque no con la misma intensidad, y no tengo duda de que es más fuerte de padres a hijos. Invito al lector a imaginarse lo que pasaría si pudiésemos vivir mil años (que estimo pudo ser posible naturalmente), tiempo en que no podríamos transmitir con la misma regularidad esos mensajes correctivos. Invito igualmente al lector a imaginarse si todas esas almas póstumas estuviesen deambulando alrededor nuestro, para transmitirnos sus conocimientos.
El autor es profesor de química de la Universidad de Panamá.