En medio de los acelerados cambios que caracterizan al siglo XXI —marcados por el auge de la inteligencia artificial, los desafíos climáticos y las agitaciones sociales—, el papel de las universidades públicas adquiere una relevancia renovada. En este contexto, la Universidad de Panamá (UP), como principal organismo de educación superior del país, se erige no solo como un centro de formación académica, sino como un agente indispensable para el desarrollo sostenible, la equidad social y la consolidación democrática de la nación.
Fundada en 1935, la Universidad de Panamá ha sido testigo y protagonista de la historia contemporánea del país. Desde sus aulas han surgido líderes, intelectuales, científicos y ciudadanos comprometidos con el bien común. Su impronta se ha hecho sentir en momentos clave de la vida nacional: desde las luchas por la soberanía hasta los debates cruciales sobre salud, economía y justicia social. Esa trayectoria histórica no solo le otorga peso institucional, sino también una responsabilidad moral ineludible.
Hoy, la Universidad de Panamá enfrenta nuevos desafíos. En un mundo donde el conocimiento se actualiza cada segundo y la tecnología redefine las dinámicas laborales, la UP tiene el deber de mantenerse a la vanguardia sin perder su esencia humanista. Su papel va más allá de ofrecer títulos universitarios: debe formar profesionales con pensamiento crítico, sensibilidad social y capacidad para liderar los retos del país.
En ese sentido, su carácter público es más que una condición legal: es un compromiso con la inclusión y la libertad de pensamiento. La casa de Octavio Méndez Pereira representa, para miles de panameños de cualquier estrato social, la posibilidad real de movilidad social. Es un espacio donde la educación no es un privilegio, sino un derecho. Esa apertura democrática del conocimiento debe defenderse con firmeza ante las crecientes presiones que buscan desestimar y desprestigiar su rol.
Pero la Universidad no puede ni debe conformarse con ser un instrumento de acceso. También debe ser un referente de excelencia y vanguardia. Para lograrlo, es urgente fortalecer la investigación científica, incentivar la innovación y consolidar redes de colaboración nacional e internacional. Panamá necesita producir conocimiento propio, pertinente y contextualizado. No se trata de imitar modelos foráneos, sino de construir soluciones desde nuestra realidad. Y ahí, la UP tiene un papel clave.
Asimismo, su vínculo con la sociedad debe profundizarse. La Universidad de Panamá tiene el potencial de actuar como puente entre la academia y las comunidades. Sus proyectos de extensión universitaria, clínicas jurídicas, programas culturales y asesorías técnicas son solo algunas de las formas en que contribuye directamente al bienestar de la población. De este modo, se reafirma como una universidad no solo para el pueblo, sino con el pueblo.
Por supuesto, todo esto exige una autocrítica constante. La institución debe revisarse, actualizarse y renovarse desde adentro. La burocracia, la politización excesiva y la falta de evaluación de resultados son obstáculos que no pueden ser ignorados. No hay espacio para la mediocridad. Una universidad pública fuerte es también una universidad transparente, participativa y orientada al mérito.
En definitiva, hablar del rol de la Universidad de Panamá en la actualidad es hablar del presente y del futuro del país. Su importancia no radica únicamente en su tamaño o en su historia, sino en su capacidad para responder a los desafíos del ahora con propuestas transformadoras que trasciendan sus fronteras. En sus aulas no solo se forman profesionales: se construye ciudadanía. Esa labor es hoy más vital que nunca.
La Universidad de Panamá es, y debe seguir siendo, una luz encendida en medio de la incertidumbre, un faro de pensamiento crítico en tiempos de confusión y un motor de esperanza en una sociedad que aún tiene mucho por construir. Su defensa y fortalecimiento no es solo tarea de quienes trabajan o estudian en ella, sino de toda la nación.
El autor es educador y promotor social.