Como padres, todos compartimos un objetivo común: garantizar el bienestar de nuestros hijos. Queremos protegerlos, cuidarlos y tomar las mejores decisiones para su salud. Es normal tener dudas, especialmente sobre un tema tan importante como las vacunas. Sin embargo, para decidir con confianza, es fundamental basarnos en información confiable y evidencia científica, en lugar de mitos o impresiones personales. Hoy quiero ayudarte a desmontar algunas de las creencias más comunes sobre las vacunas y brindarte herramientas para tomar decisiones informadas.
Mito 1: Las vacunas causan autismo
Este es uno de los mitos más extendidos y perjudiciales, pero carece de fundamento científico.
El origen del mito: Surgió a partir de un estudio publicado en 1998 por Andrew Wakefield, que vinculaba la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubéola) con el autismo. Sin embargo, la investigación fue desmentida y retirada por problemas éticos y metodológicos, lo que llevó a que Wakefield perdiera su licencia médica.
La evidencia científica: Estudios realizados en distintos países con cientos de miles de niños han demostrado que no existe relación entre las vacunas y el autismo. Un ejemplo contundente es un estudio en Dinamarca con más de 650,000 niños, que confirmó la seguridad de la vacuna triple viral.
Mito 2: Las vacunas contienen ingredientes peligrosos
La realidad: Cada componente de las vacunas tiene una función específica y ha sido rigurosamente estudiado para garantizar su seguridad. Por ejemplo, el timerosal, un conservante que generó dudas en el pasado, fue retirado de la mayoría de las vacunas pediátricas hace años, aunque nunca se demostró que fuera dañino.
Contexto: Los “químicos” en las vacunas no son distintos de los que encontramos en alimentos o incluso en nuestro propio cuerpo. Por ejemplo, las sales de aluminio en pequeñas cantidades se utilizan para mejorar la respuesta inmunológica.
Mito 3: Ya no necesitamos vacunas
Es cierto que muchas enfermedades han sido controladas gracias a las vacunas, pero esto no significa que hayan desaparecido.
Ejemplo: El sarampión, que había sido prácticamente eliminado, ha resurgido en comunidades con bajas tasas de vacunación, causando brotes graves.
Importancia de la inmunidad colectiva: Mantener altas tasas de vacunación protege no solo a nuestros hijos, sino también a quienes no pueden vacunarse por razones médicas, como bebés recién nacidos o personas inmunocomprometidas.
Mito 4: Las vacunas desarrolladas rápidamente no son seguras (como las de COVID-19)
La rapidez con la que se desarrollaron las vacunas contra la COVID-19 generó dudas, pero su seguridad no se comprometió.
Cómo fue posible: Los avances tecnológicos, la colaboración global y el financiamiento adecuado permitieron acelerar el proceso, pero las vacunas pasaron por los mismos ensayos rigurosos que cualquier otra.
Evidencia: Los efectos secundarios observados fueron leves y temporales, como dolor en el lugar de la inyección o fiebre baja. Los beneficios superaron ampliamente los riesgos, protegiendo a millones de personas en todo el mundo.
Mito 5: Las vacunas debilitan el sistema inmunológico
Algunas personas creen que las vacunas “sobrecargan” el sistema inmunológico, pero esto es incorrecto.
La realidad: El sistema inmunológico humano puede manejar miles de antígenos al mismo tiempo. Las vacunas lo ayudan a desarrollar defensas específicas sin causar la enfermedad, preparándolo para enfrentar infecciones reales.
Como padres, es natural tener dudas. Hacernos preguntas demuestra nuestro compromiso con el bienestar de nuestros hijos. Al basarnos en información confiable y evidencia científica, podemos tomar decisiones informadas que protejan su salud.
Gracias a las vacunas, enfermedades como la poliomielitis y la viruela han sido prácticamente erradicadas, salvando millones de vidas. Con cada vacuna que aplicamos a nuestros hijos, no solo los protegemos a ellos, sino también a toda nuestra comunidad.
La autora es médico pediatra, mamá y promotora del bienestar infantil.