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Ricardo Martinelli huye a Colombia con el aval de un viejo crítico: Gustavo Petro

Ricardo Martinelli huye a Colombia con el aval de un viejo crítico: Gustavo Petro
A la izquierda, expresidente de Panamá, Ricardo Martinelli (2009-2014) y Gustavo Petro, presidente de Colombia.

De forma sorpresiva, la noche del sábado 10 de mayo se conoció que el expresidente panameño Ricardo Martinelli, condenado a más de diez años de prisión por lavado de dinero en el caso “New Business”, había recibido asilo político en Colombia.

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El anuncio tomó a muchos por sorpresa no solo por el sigilo con el que se produjo su salida de la embajada de Nicaragua en Panamá, donde permanecía refugiado desde febrero de 2024, sino por la aparente contradicción del gobierno colombiano. Bogotá justificó su decisión apelando a “razones políticas”, a pesar de que Martinelli no solo fue hallado culpable por corrupción, sino que además impulsó la candidatura del actual presidente panameño, José Raúl Mulino, quien llegó al poder bajo su sombra. Es decir, nadie lo perseguía.

Pero, lejos de la imagen de un perseguido, Martinelli reapareció en Colombia celebrando. Como revelan algunas imágenes, en sus primeras horas fuera del encierro diplomático publicó videos saltando y cantando en lo que parecía una fiesta privada con varios de sus empleados, ya que sus familiares no lo acompañaron.

La salida del exmandatario se dio días después de que una corte federal estadounidense confirmara que no goza del principio de especialidad.

El refugio

Pero esta historia no comienza aquí. El 7 de febrero de 2024, Martinelli cruzó el umbral de la embajada de Nicaragua en Panamá para buscar refugio de su condena —como ya se dijo— por el caso New Business. Así comenzó un encierro voluntario que se disfrazó de asilo y terminó por convertirse en una de las maniobras más insólitas del exmandatario.

A esa hora, Martinelli ya no era el expresidente arrogante de las giras, sino un condenado en fuga. Pero, en su mente y en su entorno, nunca dejó de mandar. La sede diplomática se transformó en una suerte de búnker tropical, donde las decisiones se cocinaban bajo sigilo y se transmitían a través de intermediarios. Desde adentro, el viejo caudillo seguía moviendo piezas.

A finales de ese mismo mes, la Cancillería panameña estalló. En una nota diplomática dirigida a su homóloga nicaragüense, exigió que se impusieran límites a la conducta de Martinelli, acusado de seguir interfiriendo en la política local pese a su condición de asilado. Las críticas apuntaban directamente a la embajadora Consuelo Sandoval, a quien se responsabilizaba por permitir al exgobernante usar la sede como tribuna. Pero en Managua, nadie respondió.

La campaña

Desde su encierro, Martinelli convirtió la embajada en una cabina de comando. Operaba por chats cifrados, filtraba audios y enviaba instrucciones. La campaña electoral avanzaba sin él como candidato, pero con él como jefe. El rostro que antes dominaba noticieros ahora reaparecía en videos borrosos, abrazando a asesores o hablando a través de un celular. Recluido, pero no silenciado.

José Raúl Mulino fue designado como su heredero político. Su nombre ocupó la casilla presidencial de Realizando Metas. Martinelli, sin embargo, seguía proclamándose el verdadero candidato, como si la Constitución no existiera.

El día de la victoria fue también su momento de reivindicación. Mulino ganó las elecciones y Martinelli celebró como si el triunfo fuera suyo. Había logrado poner a un alfil en la silla presidencial desde el encierro. No era un regreso formal al poder, pero sí la confirmación de que nunca se fue del todo.

Con Mulino en la presidencia, muchos esperaban que llegara el indulto o la vía libre para su exjefe. Pero el nuevo mandatario mantuvo la ambigüedad. Consultado en agosto de 2024 sobre las actividades políticas de Martinelli desde la embajada, respondió con evasivas: “La Cancillería está en eso... es lo más que le puedo decir”. Ni un sí, ni un no. Solo un compás de espera.

El tono cambió en diciembre. Mulino reveló que había instruido al canciller Javier Martínez-Acha a presentar una queja formal ante Nicaragua. El motivo: Martinelli seguía usando la embajada para hacer política, en clara violación de los convenios internacionales sobre asilo. Era la primera señal pública de distancia entre el presidente y su mentor. Aunque tenue, marcaba un quiebre.

La Cancillería panameña intentó resolver el dilema con una solución salomónica: el 27 de marzo otorgó un salvoconducto humanitario para que Martinelli saliera hacia Nicaragua. El documento expiraba el 31 de marzo. Pero cuando todo parecía encaminado, Rosario Murillo —copresidenta de facto en Nicaragua— bloqueó el ingreso. El salvoconducto fue extendido unos días más, pero la entrada jamás se autorizó.

Nuevo plan

Sin Nicaragua como destino viable, Martinelli volvió a quedar atrapado. Y sus aliados buscaron otras salidas. El diputado Luis Eduardo Camacho respaldó un proyecto de ley de amnistía que beneficiaría tanto a Martinelli como a su viejo rival Juan Carlos Varela. Fue una jugada desesperada. El proyecto no prosperó y terminó archivado en la Comisión de Gobierno.

Mientras el cerco se estrechaba, el expresidente comenzaba a barajar nuevas cartas. Los rumores sobre su destino se multiplicaban. Nadie lo sabía con certeza. Hasta que el sábado 10 de mayo, casi 15 meses después de su encierro, Ricardo Martinelli abandonó la embajada nicaragüense y reapareció en Colombia. La noticia cayó como un rayo.

Ricardo Martinelli huye a Colombia con el aval de un viejo crítico: Gustavo Petro
Comunicado de Cancillería sobre el asilo de Martinelli en Colombia.

Ese mismo día, el gobierno colombiano confirmó el otorgamiento de asilo político. Lo hizo mediante una nota formal, invocando “razones políticas”. La decisión generó controversia inmediata: el propio presidente Gustavo Petro había señalado en el pasado a Martinelli como un exmandatario que “chuzaba teléfonos” y recibía sobornos de Odebrecht. Ahora, su gobierno lo acogía.

La contradicción era evidente. Para algunos, era un triunfo de la astucia sobre la justicia. Para otros, el inicio de un escándalo continental. En medio de la tormenta, Martinelli volvía a mofarse de la justicia. Ya no lo hacía desde una sede diplomática, sino desde una ciudad colombiana, en un bar, bailando y saltando al ritmo de una canción de celebración. Uno de sus últimos posteos en Instagram lo muestra eufórico: “Vamos a gozar la vida, gocen la vida todos ustedes. ¡Viva Colombia, viva Nicaragua, viva Panamá!”. Una mueca de burla dirigida a jueces, fiscales, críticos y a un país entero.

Así, Martinelli abrió un nuevo capítulo de su historia: el del expresidente condenado que esquivó la cárcel refugiándose en dos países aliados, uno tras otro. Quienes lo critican hablan de impunidad; quienes lo siguen, de astucia política. Pero el fondo sigue siendo el mismo: la capacidad del exmandatario para burlar al Estado panameño y reírse de su justicia, una vez más, desde el exilio.


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