Silencio en la selva tras el anuncio de cierre de albergues: ¿la ruta migratoria de Darién llegará a su fin?

Silencio en la selva tras el anuncio de cierre de albergues: ¿la ruta migratoria de Darién llegará a su fin?
Bajo Chiquito es el primer pueblo a donde llegan los migrantes luego de cruzar la frontera con Colombia. Archivo

El sol apenas despuntaba sobre la espesa selva del Darién cuando, en Bajo Chiquito, un pequeño caserío convertido en el primer refugio de miles de migrantes, se escuchó la noticia: el albergue cerraría sus puertas próximamente.

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La confirmación vino de la voz del ministro de Seguridad Pública, Frank Ábrego, quien anunció el inicio del desmantelamiento de “forma paulatina” de estos espacios que, por años, han sido testigos del drama humano de quienes cruzan la frontera entre Colombia y Panamá.

En la comunidad emberá donde se encuentra Bajo Chiquito, el anuncio no sorprendió a muchos. Este año, el número de migrantes ha caído drásticamente.

Juan Cansarí, un indígena de la zona, lo sabe bien. Desde su piragua, con la que antes transportaba hasta 12 personas por viaje a cambio de 25 dólares cada una, ahora solo observa las aguas quietas del río. “Antes pasaban por el río unas 60 piraguas diarias, pero ahora ya no”, comenta con la resignación de quien ha visto cambiar su realidad en pocos meses.

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La mayoría de los migrantes que llegan a Darién son trasladados en piraguas. Archivo

Las cifras del Servicio Nacional de Migración confirman lo que los habitantes del Darién han sentido en su economía. En enero y febrero de este año, 2,637 migrantes atravesaron la selva, una cantidad ínfima comparada con los 37,166 que hicieron el mismo trayecto en el mismo período de 2024. La disminución es evidente: en las últimas 72 horas, apenas 13 personas han llegado a territorio panameño desde Colombia.

El cierre de los albergues

Con menos migrantes, la razón de ser de los albergues desaparece. Lajas Blancas será otro de los que cerrarán, dejando solo el de San Vicente operativo en Metetí, provincia de Darién, aunque con la incertidumbre de cuánto tiempo más se mantendrá abierto. Las medidas son claras: quien cruce de manera irregular será deportado de inmediato a su país de origen o al punto donde ingresó. La advertencia del ministro Ábrego resuena como un cerrojo final en la ruta del Darién.

El Darién ha sido, por años, una ruta de esperanza y peligro. Sus senderos, que han visto pasar a miles de hombres, mujeres y niños en busca de una nueva vida, ahora se vacían poco a poco. Pero mientras los números bajan, el dilema sigue vigente: ¿ha cesado realmente la migración o solo ha cambiado de forma, buscando nuevas sendas aún más peligrosas?

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El presidente José Raúl Mulino recorrió el campamento de migrantes en Lajas Blancas el año pasado. Archivo

El obispo de Darién, Pablo Hernández, se refiere a la transformación del flujo migratorio. Desde la llegada del presidente José Raúl Mulino, el número de personas en tránsito ha bajado drásticamente: de 300 o 400 diarias en 2024 a apenas 14 en febrero de 2025. Sin embargo, el obispo insiste en que, detrás de las cifras, hay historias humanas que no pueden ignorarse.

“Son seres humanos que buscan sentido a la vida, y debemos acogerlos, velando por su integridad”, dice Hernández. Para él, la migración no es solo un fenómeno estadístico ni una cuestión de seguridad. Es, ante todo, un reflejo de la desigualdad y la desesperación. Advierte sobre el riesgo de idealizar a Estados Unidos como la “tierra prometida” y recuerda que la dignidad humana debe protegerse en cualquier contexto.

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El albergue de la comunidad de San Vicente, en la provincia de Darién, tiene capacidad para 554 personas. Este sería, de momento, el único que no cerrarían. Archivo

En la comarca emberá, donde por años los migrantes fueron parte del paisaje cotidiano, el silencio ahora es extraño. La economía local, que de alguna forma dependía del tránsito de extranjeros, ha sentido el impacto. Sin embargo, lo que más inquieta a los habitantes no es la ausencia de ingresos, sino la sensación de que este no es un verdadero final, sino solo una pausa antes de que la marea vuelva a subir, como ha ocurrido en años anteriores.

El Darién, testigo silencioso de tantas historias, parece contener la respiración. Sus senderos han sido escenarios de tragedias y sueños inconclusos, con la muerte de más de 500 migrantes en los últimos diez años. Ahora, mientras los albergues se vacían y las medidas se endurecen, la pregunta persiste en el aire húmedo y sofocante de la selva: ¿es este el fin de una crisis humanitaria o apenas el inicio de una búsqueda por nuevas rutas, más clandestinas y peligrosas?


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