Hace algún tiempo conversando con alguien, le pregunté por curiosidad si conocía la obra de Roberto Lewis. Me contestó: Sí, cómo no, ¿Ese no era del Partido Solidaridad? A raíz de esta curiosa anécdota, me propuse escribir este artículo, a fin de contribuir en algo a rescatar de las garras del olvido al iniciador de la pintura en Panamá y, sin duda, el más importante y trascendente artista del siglo XX que ha tenido nuestra nación.
En efecto, por su legado artístico, Roberto Gerónimo Lewis es considerado el padre o propulsor de la plástica panameña. Además, colaboró con sus conocimientos en la formación de otros creadores istmeños también importantes como Ivaldy y Cedeño. Estudió pintura inicialmente de la mano de su mentor en Panamá Epifanio Garay. Luego continuó en París con los maestros León Bonnat y Albert-Dubois Pillet, de quienes recibió la influencia del neoclasicismo y postimpresionismo, respectivamente.
Lewis es el autor de las magníficas pinturas que adornan el salón comedor del Palacio de las Garzas, así como el plafón, el telón de boca y el foyer del Teatro Nacional; estas últimas, por cierto, fueron restauradas por el especialista Antón Rajer (el mismo que realizó la restauración de los Murales del Canal de Van Ingen en el Edificio de la Administración del Canal). Aquí Lewis recreó magistralmente el tema del nacimiento de la República. En su trabajo se aprecia el extraordinario manejo del color y la excelencia del dibujo tanto en la composición como en el uso del escorzo (figura recortada en el plano del lienzo en atención a las reglas de la perspectiva).
En esta singular obra del Teatro Nacional, Lewis proyecta la imagen de Panamá como la nueva república naciendo ante los ojos del dios Apolo (promotor de las artes en la mitología griega), en su carruaje de fuego, junto a un grupo de musas que representan a la pintura, la danza y la música. En el centro de la obra hay una bella mujer que personifica a la Patria, sentada en su trono levanta graciosamente la cabeza al cielo. A los pies de la república, el águila de la libertad extiende con vigor sus alas gloriosas.
Cautiva el singular uso que el artista hace de la alegoría como recurso estético de simbolización, muy propio del estilo neoclásico francés de la época. En efecto, las obras del Teatro Nacional fueron realizadas por Lewis entre 1907 y 1911, en su estudio de París (Francia) y trasladadas a Panamá en barco para su instalación en 1908, coincidiendo con la inauguración del Teatro Nacional en octubre de ese mismo año.
Por otro lado, la extraordinaria obra muralista de Roberto Lewis también puede apreciarse en el Salón Amarillo de la Presidencia de la República; donde se destacan, en cambio, los temas del descubrimiento del Mar del Sur, el período de la conquista española, la fusión de razas, la independencia, la abundancia y el trabajo. En el comedor principal, los murales están basados en la temática de la cosecha, la pesca y la caza.
Este afán por el ejercicio del muralismo como técnica de expresión, encuentra en la obra de Lewis una particular forma de exaltar sus propias dimensiones del mundo y de la historia. Los temas míticos, épicos, religiosos y humanistas que matizan la serie de pinturas murales en el aula máxima de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena y que datan de 1939 son una prueba de lo antes dicho.

Esta serie inconclusa de murales, en Santiago de Veraguas titulada “La Evolución de la Humanidad”, constituye una demostración reiterativa del lirismo paisajístico con suavidad de trazos y desborde de color que identifica la obra de Lewis. En estos murales se recrean escenas que van desde el descubrimiento del fuego hasta el presente. Lewis falleció en 1949, sin poder culminar esta monumental obra.
Sin embargo, cuando se realice para la posteridad una ponderación mucho más sistemática de su obra, considero que los críticos estarán invariablemente de acuerdo en aceptar que la serie Los Tamarindos de Taboga (1938) constituye su trabajo más sublime y emblemático. Las pinturas de estos árboles reflejan un aspecto personal y más íntimo de Lewis, quien por cierto tenía una casa en la isla de Taboga y disfrutaba allí sus ratos de ocio. En esta serie se percibe de una manera especial, su pasión por registrar los enigmáticos efectos de luz y sombra sobre los tamarindos, algunos de los cuales aún se pueden encontrar en el patio del Hotel Taboga.
Lewis reprodujo aquellos árboles trabajando al aire libre y creando representaciones repetitivas bajo diversas luces: con sol brillante, con la luz del atardecer y frente al cielo gris de una tarde lluviosa.
Estos añosos árboles retorcidos, en las diferentes interpretaciones de Lewis, revelan un sentido de vida propia agreste e insobornable, en interesante contraste con el apacible y bucólico ambiente de aquellos parajes insulares, impregnados de la luminosidad y frescura del trópico panameño.