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Las extravagancias del dinero y el poder

Las extravagancias del dinero y el poder
Vanidades

En junio de 2010 publiqué en este diario el artículo de opinión “¿Ganaste? ¿Sabes qué perdiste?”, donde creo haber demostrado la validez de algunas frases muy utilizadas, como “no hay mal que por bien no venga”, “el poder embrutece” y “de todas maneras la calavera es ñata”, entre otras. En ese escrito manifesté y sustenté que no me gustaría convertirme de pronto en multimillonario, por todo lo que perdería en otros aspectos, aunque muchos de mis lectores podrían pensar que es una posición ingenua o absurda. No conforme con ello, también publiqué el artículo “La magia está en el equilibrio”, en el que cuestiono la tendencia del ser humano a buscar el desequilibrio social a través del poder político, contrario a la materia inerte en la química, que en su comportamiento siempre busca un estado de equilibrio de fuerzas.

Recuerdo igualmente cuando, en una ocasión, uno de nuestros políticos reconocidos manifestó que lo peor que le podría ocurrir a Panamá sería tener de pronto un gobierno totalmente honesto, por la gran cantidad de corruptos que existen en todos los niveles. Entiendo perfectamente esos comentarios, porque un gobierno verdaderamente popular solo será posible luego de un largo proceso depurador de todas las clases sociales o por medio de una revolución social violenta, como la historia así lo ha demostrado. Es por ello que no presto atención a los gobiernos que aseguran ser justos y culpan al anterior de toda la corrupción. Ningún cambio de ese tipo se da tan fácilmente.

Estas memorias vuelven a mi mente al observar cómo ese “señor del norte” rompe el equilibrio político y económico mundial, pensando que podrá hacerlo sin consecuencias y que los beneficios obtenidos serán permanentes. También observo cómo algunas naciones muy ricas por el petróleo parecen no saber qué hacer con tanto dinero. Sobre ese desequilibrio que ocasiona el “señor del norte” ya escribí suficiente, por lo que me concentraré en esta ocasión en los otros.

Con mucha sorpresa —no admiración— me entero de que Arabia Saudita está construyendo un estadio en el aire, de 350 metros de altura, para utilizarse en las olimpiadas que próximamente se realizarán en ese país. Invito al lector a ver esas imágenes e imaginar su costo. Me pregunto si la comunidad deportiva mundial en realidad necesita una estructura así, particularmente por la cantidad de deportistas pobres que participarán en dicho evento; pobreza que, en gran medida, se debe a los excesivos precios del combustible.

Recuerdo los justos argumentos que en los años setenta del siglo pasado presentaron los países exportadores de petróleo para justificar los aumentos en sus precios, cuando mostraban la pobreza de sus pueblos, mientras otros se hacían ricos con sus recursos naturales. Me pregunto cuáles serán los argumentos que ahora podrán utilizar para justificar esos precios. Es por ello que no dudo que sufrirán las consecuencias.

Lo triste es que ese estadio antes mencionado no representa una meta, sino una etapa más de un proceso de vanidad que comenzó hace mucho tiempo y que no terminará. Recordemos todos los comentarios que originó la realización del pasado mundial de fútbol. Ahora me pregunto: ¿qué harán después?

En ese mismo sentido, me impresiona enterarme de que una taza de café panameño puede costar mil dólares en Dubái. No entiendo cómo una taza de café puede tener ese precio, aunque sea un café nacional. Me complace profundamente que tengamos el café más cotizado del mundo, pero no puedo evitar incomodarme, porque somos servidores de la vanidad. Ya imagino la maquinaria publicitaria detrás de todo ello.

Tengo una pequeña finca de café robusta, y no niego que procuro obtener un producto especial y exclusivo, pero no quisiera tener ese tipo de clientela, porque sé que terminaría pagándolo de alguna otra forma. Y créanme: no es envidia.

El autor es profesor de química de la Universidad de Panamá.


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